
Salir del laberinto de una idea que se ha convertido en un estado mental, requiere voluntad, reconocimiento, madurez, información veraz y ayuda, y sobre todo, el deseo de querer hacerlo. Es difícil salir de un estado emocional, personal o colectivo, al que se está apegado. Por ilusorio que este estado sea.
Estamos en un tiempo extraño, o quizás siempre es el mismo tiempo cíclico que se repite. Tenemos algunos problemas, vivimos algo peor que hace unos años pero mucho mejor que nuestros padres e infinitamente mejor que nuestros abuelos. Pese a ello, nuestras garantías de futuro parecen poco fiables.
Se palpa en la juventud y en general, una falta de emoción ilusionante por el futuro; un declive en las perspectivas vitales pese a los esfuerzos, ya sea como desempleados, trabajadores o estudiantes; una ausencia de pasión por los proyectos como sociedad que confía en salir adelante y progresar. Ni siquiera los jubilados que pierden cada año poder adquisitivo, pueden estar seguros de que seguirán cobrando sus pagas a fin de mes indefinidamente.
La corrupción de las élites políticas, ha supuesto un mazazo a la confianza en los poderes públicos y en sus dirigentes. Los que se sitúan en la cúspide de la pirámide, habrían de estar a la altura de sus privilegios, pero en numerosos casos, no lo están.